¿Quién se encadena conmigo?

Van dos días seguidos que voy al Montecarlo a visitar a la gente... Me da mucha pena verlo de esa manera.

Fui hace dos días - llevaba un mes desde mi última visita - y cuando entré me di con una desagradable sorpresa. En primer lugar, vi las paredes destartaladas, las puertas de los baños ya no estaban y lo peor, los escenarios laterales estaban completamente destruidos. El trabajo de demolición había comenzado en uno de los mejores teatros del Perú.

Ch y G estaban desconsolados. Vi una tristeza en sus ojos que nunca había apreciado en una persona. Estaban con desgano pero, cuando me vieron, me saludaron con un fuerte abrazo y con una mirada que nunca voy a olvidar. Pareciera que me pedían darles una solución... pero ya no se puede hacer nada. Si yo tuviera la plata necesaria, no lo hubiera pensado dos veces y ese teatro seguiría de pie por muchos años más.

Cuando entré fui directo al área de platea. Me senté en unas de las butacas y decenas de flashes se me vinieron a la mente. J había bailado allí... P y H hacían su solo en ese lado del escenario... las pelotas las poníamos detrás de esa madera para evitar que sean vistas por el público... yo me preparaba en ese rincón para el saludo final... allí se sentaba M a leer su parlamento antes de salir a escena... allí... allí penaban... esos amorsillos daban miedo de noche... ahí estaba la cabina, donde yo me pasaba toda la función... Vaya, qué gratos recuerdos.

Las escenas de mi primer musical invadieron mi mente y - cuando regresé a la realidad y vi el teatro casi destruido - los ojos se me llenaron de lágrimas. Fui a hablar con la Sr. I a preguntarle si había algo que pudiera hacer...

- ¿Y si traigo a la prensa?, ¿ni con eso? - pregunté
- Ellos debieron venir antes... a dar publicidad a las obras, no ahora que ya no sirve de nada. Ellos siempre llaman, pero yo les digo que, en vez de perder tiempo aquí, vayan a los otros teatros a hacerles publicidad. Aún hay tiempo para evitar la demolición de nuestros compañeros.

Me quedé sin nada que decir. Por más de que pienso y me rompo el cerebro tratando de hallar una salida no encuentro ninguna. Y lo que más me molesta es que es uno de los mejores teatros. Ninguno en todo Lima cuenta con lo que tiene el Montecarlo... no entiendo cómo la ambición puede llegar a tanto... algo que ya es casi patrimonio cultural... y que en un mes sólo será ruinas. No quedará ni rastro del que fue el mejor teatro del Perú, desde los 40.

Cuando salí, me despedí dándoles un abrazo tan fuerte como para que durase toda la vida. No sé cuándo los volveré a ver, así que esta vez no tuve miedo de expresar mis sentimientos y les dije que los quería y extrañaría. Ni siquiera cuando mi obra estuvo allí nos dijimos tantas cosas bonitas. Me fui con P caminando hacia la avenida, dejando atrás al lugar que nos había visto nacer como artistas.

Cuando pienso en el día de la demolición no puedo evitar imaginar esa bola enorme de acero estrellándose contra el teatro... el cartel cayendo a pedazos... y con él: sueños, recuerdos y muchas vivencias llevándose consigo. Al menos tuve la suerte y el honor de haber trabajado allí, de haber conocido cada rincón, los camerinos, cabina, mezanine, la oficina y hasta los baños.

Nunca, pero nunca, voy a olvidar todo lo que viví en ese teatro. Y, aun cuando sé que no hay nada que pueda hacer, me rompo la cabeza pensando... pensando en algo que pueda hacer por él antes de que se vaya para siempre.